De la vida y la muerte (o de algunos poetas como Benedetti y Vallejo)

a Diego

¿Qué importa qué es la vida? ¿Qué importa qué es la muerte? A todas estas, podemos decir que todo es nada, que nada es todo, que todo lo que queda es causa y efecto y el efecto es la causa de un hecho que a su vez tuvo un efecto que causo otro hecho que se desenvolvió en el tiempo hasta vivir o morir. Podemos partir del principio de que todo principio tiene un fin y de que todo lo que se acaba, indiscutiblemente, tuvo que tener un principio y ser, alguna vez, o algún día, por lo menos algo que tuvo su parto, su punto de partida, su creación, su “y dios dijo hágase”, su star. También podemos aferrarnos a la idea de que a alguien le surgió la idea de que el comienzo se llamaba así y el final se llamaba de otra forma para diferenciarlo y no ver que es un ruta natural y que la muerte no se debe llorar, más que por envidia de que esa otra persona, animal o cosa, llegó a otro comienzo antes que nosotros y nos dejó aquí con esta vaina que a veces no le vemos fin más que para desgarrarnos en llanto o en puro y mero y sincero y tácito y pleno y llano y absurdo aburrimiento (del más aburrido).

La vida a alguien en algún momento indescifrable, de esos en los que uno se pierde en el sonidito de la nevera que hace a media noche cuando tenemos el insomnio más profundo deseando que fuera absolutamente un sueño que nos llevara a morirnos o quedarnos como palos y piedras inmóviles, se le acabó. Ponemos fin, punto y aparte, a algo que creemos comienza con el estruendoso y molestísimo momento del parto, como si antes no latiéramos, no tuviéramos entraña, piel, latidos, corazón, no nos alimentáramos de materia prima ya no tan prima y no fuéramos seres vivientes y servibles, no como los desechos en los cuales nos convertiremos cuando somos transportados a este mundo. Creemos, en nuestro tonto mundo cuadrado humanoide de células vivas y radiaciones contra las malformaciones, que, irreductiblemente, estar vivo es pertenecer al planeta Tierra (que se llama sólo así por el egoísmo humano, porque nosotros vivimos en la tierra, siendo unos tierruos, y no en el agua, que es mucho más de la mitad de este insignificante planeta que creemos el centro del Universo), como iba diciendo, intentamos vivir en este planeta de agua, y pensamos, ingenuamente como monos, aunque los monos comiendo piojos y pelando bananas son menos ingenuos que un tipo calvo de sesenta años dueño de alguna empresa contaminante petrolera, nos mentimos a nosotros mismos, en nuestro miedo y terror interno a ser comida en alguna pirámide alimenticia, de que si algo no está parado en la tierra de este mundo agua, no vive. Punto.

Me pregunto yo si esos tipos solitarios prendiendo cigarrillos sin filtro a los dos de la mañana, escribiéndole poesía a los cuervos que hablan o viendo en su guayabera la mancha que dejó el caldillo de congrio que te preparó tu mujer desnuda hace dos días después de hacer, irremediablemente, el amor como conejos, pienso para mis adentros porque no tengo a quien comentarle estos pensamientos, ¿será que esos tipos están vivos o son, como lo creo, puros muertos que viven en otra tierra que no es la nuestra, la que está llena de gente que menosprecia el agua e ignora a los seres vivientes que no están parados peleándose por su misma tierra? La vida a veces se me hace menos vida cuando pienso en los golpes duros que me di en la cara pensando en otra gente que no era yo y que no estaba pensando en mí, porque si no hubiera visto algunas narices machacadas o algunos rostros sonrojados en alguna puerta de vidrio o en algún poste que tenga pegado encima algo que se parezca más a un poema y una canción que a una partida de nacimiento, porque cuando uno nace lo que le deberían escribir es un poema o una canción y la partida de nacimiento dejársela a los burócratas de sesenta años que no le hacen odas a lo que se les ocurra y no van por el mundo regalando versos a cuanta mujer bonita se les aparezca.

Toda la táctica y la estrategia de Benedetti se me hace cercana, lejana, palpable y tonta pensándola mal y viéndola como cualquier tonto ve una receta que te hace quedar como agua para chocolate o como canelones de ricotta con espinacas o como codornices en pétalos de rosa manchados de pasión. Yo no me quiero quedar con este dolor inmóvil al lado del camino ni dormirme sin sueño pero si dormirme con sueño porque la otra forma que conozco de dormir es morir en vida o seguir viviendo que es el sueño más largo y pesado de todos. Quisiera toparme con todos los poetas del mundo y recibir un beso de cada uno, un beso de muerte un beso salado un beso de vida un beso de nada, un beso ese paréntesis que me haga saborear los labios y decir que por fin pase a otra vida. Quizás a una vida más vida que preguntarme si puedo ver a Dios desnuda como si fuera mujer.

La vida debería ser más oscura, como de sueños oscuros y caras oscuras y palmas oscuras y versos oscuros y todo lo que no se ve, para que tenga justificación al fin y por vez primera esa tontería de los gallinas que le tiene miedo a la muerte de que al final del túnel lo que hay es luz y vas a volar y a flotar y por eso cuelgas los zapatos que por fin no vas a necesitar. La vida la veo ahora como heraldos negros, como las tardes lluviosas de Paris que no conozco pero retrato tan bien en mi frente, entre ceja y ceja como un cuadro de mi amiga la Kahlo, imagino tan bien la ciudad esa de idioma cuchi y romántico y poético y musical, después de oler e intuir a Oliveiro buscando a su Maga entre las noches lluviosas, cuando se encuentran –dicen ellos y nadie les cree– por casualidad casual en el puente ese súper famoso que todos sabemos el nombre entonces para que escribirlo si vamos a imaginarnos de todas formas el café de París, el olor a cigarro, el alcohol cualquieraquesea y el cuarto húmedo y pobrísimo como en el cuarto donde murió Vallejo escribiéndole al día de su muerte, y su cuerpo vino a acabarse exactamente igual, pero no en ese momento sino años después.

Yo no me quiero morir en París con ningún aguacero y no tengo el recuerdo de ese día y seguramente nunca va a ser jueves, porque a mí siempre me han tocado los martes y los viernes que son los días que realmente sirven y que Saturno retrogrado no daña a la luna de Julieta inconstante porque muta. La vida y la muerte son como los poemas de Vallejo y de Benedetti, y de cualquiera que escribe poesía y se dé cuenta de lo mismo: de que las putas van a llegar al cielo primero y que todo no es más que una piedra negra sobre una piedra blanca (o al mismo modo a la inversa y al revés). La vida, mi vida, quiero que comience ahora con los heraldos negros y con la memoria triste del día de mi muerte, no hay otra forma más de llegar a este mundo que triste y desolado, preguntándose qué hice en la vida pasada que me merecía un castigo así. Porque once días en el infierno y el valor para morir –o nacer, ya me confundí– te dan el pase seguro a la eternidad y al paraíso, a que Dios te preste de su chiva para que otros te la soben y decirte “sos un poeta”. No hay nada como ver nacer el mar psicodélicamente al séptimo día, y si es al onceavo también, con los nueve monstruos cargando a cuestas lanzarse a este mundo de espanto y brinco y deshacerse a lo largo del camino de cada uno de los hombres humanos para morir sin vendernos simulacros para que entre los dos no haya telones ni abismos y por fin, llegar a la vida que nos espera más allá (o más acá) que seguramente es mejor que esta. Esto que queda es muerte y tú te fuiste a la vida.


© Yei Blanco

  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

0 Response to "De la vida y la muerte (o de algunos poetas como Benedetti y Vallejo)"

Publicar un comentario